La curiosidad mató al gato
Andamos los profesionales sanitarios en una carrera sin sentido hacia el diagnóstico huyendo de la incertidumbre a base de etiquetar todo y a todos. En ocasiones puede parecer que el diagnóstico es el fin cuando no es más que el paso previo y necesario a buscar las soluciones. Algunas consecuencias a esta loca carrera son la medicalización de los problemas de la vida, programas de detección precoz de dudosa eficacia y el abrazo a las enfermedades inventadas, olvidándonos del primum non nocere de Hipócrates que traducimos en uno de nuestros 4 principios bioéticos, el de no maleficencia.
La vida no tiene tratamiento: Siento, luego existo
Cada vez es más frecuente encontrarnos a personas que consultan por algunas situaciones que se pueden considerar "normales" dentro la biografía de cada uno de nosotros. La tristeza, la soledad, los desengaños, las dificultades para encontrar trabajo, la falta de ilusión... Y lo peor de todo es que cada vez es más frecuente que caigamos en la trampa de traducir esas situaciones a un diagnóstico clínico que, como en un reflejo inconsciente, se traduce a la indicación de un tratamiento farmacológico, una pastilla.
Independientemente de los muy posibles efectos secundarios de esos fármacos, el simple hecho del diagnóstico, etiqueta a estas personas de enfermas cuando no lo son. No nos podemos olvidar que, a pesar de que dicen que somos seres racionales, lo que realmente nos mueve son las emociones y que esas emociones negativas que sentimos ante los percances de la vida son las que nos permiten enfrentarnos a la realidad de forma adaptativa. Si tratamos los sentimientos, desresponsabilizamos a las personas de sus conductas y emociones y anulamos su capacidad de enfrentar los problemas creando pacientes pasivos y dependientes.
Lo difícil es establecer donde está el límite entre "lo normal" y la enfermedad. La clave es que la emoción sea proporcional al acontecimiento que la generó y que no se afecte la capacidad de la persona para seguir con su vida adelante. Mientras tanto la mejor estrategia es la de "esperar y ver" aceptando y manejando la incertidumbre en una espera vigilante resignificando unas emociones sentidas como patológicas en una respuesta emocional sana, adaptativa y necesaria.
El sobrediagnóstico... y el sobretratamiento
En el capítulo 11 de "Get the system" de "Overdiagnosed: making people sick in the pursuit of Health" de Welch, Schwartz y Woloshin, definen el sobrediagnóstico como la detección de una anormalidad o condición no percibida que nunca progresará (de hecho, puede regresar y desaparecer) y, que si progresa, lo hace tan lentamente que el paciente suele fallecer de otra causa antes de tener síntomas.
Estoy seguro que todos los profesionales sanitarios tenemos muchos sobrediagnósticos en la memoria. En algunos habremos participado con la mejor de nuestras intenciones porque solo pueden ser confirmados pasado el tiempo en un individuo si nunca es tratado y muere de otra cosa.
Como muestra, el botón del cribado sistemático del cáncer de mama mediante mamografías periódicas. Cada vez más estudios ponen en duda la pertinencia de este cribado, al que profesionales y ciudadanos profesamos fe ciega, señalando que los daños causados (radiaciones acumuladas y falsos diagnósticos que llevan incluso a intervenciones quirúrgicas innecesarias) superan a los beneficios (muertes evitadas).
Al final conseguiremos que todos los ciudadanos se crean y se sientan enfermos y les tendremos que explicar que, además, no tenemos ni recursos ni soluciones para sus "problemas".
Sin embargo, ¿y si el paciente, en el ejercicio de su autonomía, quiere hacerse determinada prueba aún sabiendo que no está indicada y puede perjudicarle? ¿Y si el miedo a tener un determinado problema de salud no le deja seguir adelante con su vida? ¿Y si nos encontramos un cáncer de mama en una paciente joven sin antecedentes familiares ni lesiones palpables a la que le pedimos la mamografía por su "miedo a tener algo malo"?.
Lo sé... esperabais encontrar respuestas y os lleváis más preguntas... Os compensaré con una pastilla, una para no soñar por ejemplo.
La vida no tiene tratamiento: Siento, luego existo
Cada vez es más frecuente encontrarnos a personas que consultan por algunas situaciones que se pueden considerar "normales" dentro la biografía de cada uno de nosotros. La tristeza, la soledad, los desengaños, las dificultades para encontrar trabajo, la falta de ilusión... Y lo peor de todo es que cada vez es más frecuente que caigamos en la trampa de traducir esas situaciones a un diagnóstico clínico que, como en un reflejo inconsciente, se traduce a la indicación de un tratamiento farmacológico, una pastilla.
Independientemente de los muy posibles efectos secundarios de esos fármacos, el simple hecho del diagnóstico, etiqueta a estas personas de enfermas cuando no lo son. No nos podemos olvidar que, a pesar de que dicen que somos seres racionales, lo que realmente nos mueve son las emociones y que esas emociones negativas que sentimos ante los percances de la vida son las que nos permiten enfrentarnos a la realidad de forma adaptativa. Si tratamos los sentimientos, desresponsabilizamos a las personas de sus conductas y emociones y anulamos su capacidad de enfrentar los problemas creando pacientes pasivos y dependientes.
Lo difícil es establecer donde está el límite entre "lo normal" y la enfermedad. La clave es que la emoción sea proporcional al acontecimiento que la generó y que no se afecte la capacidad de la persona para seguir con su vida adelante. Mientras tanto la mejor estrategia es la de "esperar y ver" aceptando y manejando la incertidumbre en una espera vigilante resignificando unas emociones sentidas como patológicas en una respuesta emocional sana, adaptativa y necesaria.
El sobrediagnóstico... y el sobretratamiento
En el capítulo 11 de "Get the system" de "Overdiagnosed: making people sick in the pursuit of Health" de Welch, Schwartz y Woloshin, definen el sobrediagnóstico como la detección de una anormalidad o condición no percibida que nunca progresará (de hecho, puede regresar y desaparecer) y, que si progresa, lo hace tan lentamente que el paciente suele fallecer de otra causa antes de tener síntomas.
Estoy seguro que todos los profesionales sanitarios tenemos muchos sobrediagnósticos en la memoria. En algunos habremos participado con la mejor de nuestras intenciones porque solo pueden ser confirmados pasado el tiempo en un individuo si nunca es tratado y muere de otra cosa.
Como muestra, el botón del cribado sistemático del cáncer de mama mediante mamografías periódicas. Cada vez más estudios ponen en duda la pertinencia de este cribado, al que profesionales y ciudadanos profesamos fe ciega, señalando que los daños causados (radiaciones acumuladas y falsos diagnósticos que llevan incluso a intervenciones quirúrgicas innecesarias) superan a los beneficios (muertes evitadas).
Al final conseguiremos que todos los ciudadanos se crean y se sientan enfermos y les tendremos que explicar que, además, no tenemos ni recursos ni soluciones para sus "problemas".
Sin embargo, ¿y si el paciente, en el ejercicio de su autonomía, quiere hacerse determinada prueba aún sabiendo que no está indicada y puede perjudicarle? ¿Y si el miedo a tener un determinado problema de salud no le deja seguir adelante con su vida? ¿Y si nos encontramos un cáncer de mama en una paciente joven sin antecedentes familiares ni lesiones palpables a la que le pedimos la mamografía por su "miedo a tener algo malo"?.
Lo sé... esperabais encontrar respuestas y os lleváis más preguntas... Os compensaré con una pastilla, una para no soñar por ejemplo.
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